... se percató del origen de su estigma: la invisibilidad. Todo él constituía un ente invisible, intangible, mas perceptible para el resto de los sentidos cómo la esencia del más amargo de los recuerdos. Su palpitante existencia moldeaba la de sus allegados con la grácil delicadeza de quien se aferra a la rutina como una indómita fiera.
Pero ya no pudo más. El peso de los siglos y milenios sumergido en las tinieblas del olvido lo sofocaba hasta el punto de abandonarse al trance más eterno, al sueño infinito, al sino de los vivos.
No volvió a presenciar el amanecer.
Addah Monoceros.
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