Pretencioso, ¿dónde vas tú? ¿Dónde te llevan tus pasos, esos pasos colmados de aristocrática altivez que, vivaces, medran tu generoso alarde de petulancia? Te perfuman de donairoso atractivo, de arrobadora belleza, y yo me deshago en sus delicias con el indómito júbilo de una flor que despliega sus incipientes pétalos. Quizás tus huellas me conduzcan a un aprisco de emociones, de prometedores vestigios reflejados en el límpido espejo añil de tu mirada. Tu magnificencia, tu suntuoso porte, tu fibrosa esencia. Oh, pretencioso adonis, concédeme tu gracia y permíteme saciarme del néctar que tan dócilmente ornamenta tu aterciopelada piel. Oh, primoroso serafín, dedícame el más ínfimo de tus suspiros y me proporcionarás aliento de por vida. ¿Dónde vas tú? ¿Dónde te llevan tus pasos? Pretencioso, pretencioso mío. Déjame ensalzarte. Déjame emularte. Déjame aventajarte. Déjame destruirte.
Addah Monoceros.
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