Y pensar que siempre te concebí como una elección puramente mía, infiriendo la errónea e inconclusa deducción de que tú, indómita poza de secretos, me pertenecías. Te atesoré con reverencioso desvelo, obstinada en incubar tu intangible simbiosis de cordura y pensamiento — mas tú, cual ánima errante en un agreste cementerio, te despojaste del remanso ceniciento que codicioso te asía, y te arrojaste al vacío con el anhelante fervor de un invidente que cata la luz por vez primera.
Te veo — me veo — en el fulgurante nimbo que surca el esbozo de tu sonrisa y que tímidamente se retrae en su burdo y turbado caparazón. Ignoro las confabulaciones que perfilan su ávida travesía en el piélago de tu mente, y, pese a esto, discierno hasta la más circunspecta incógnita que pueda disfrazarte con el ajado manto de la vulgaridad. Eres la sombra oscura que, sobre el blanco fondo de un vacuo y plomizo universo, expele un resplandor tan intenso, que sólo los más audaces osan recrearse en él. Te contemplo, entre fascinada y amedrantada, y tu mirada oscura se despereza y tizna de auroras su seno, cual firmamento previo al más bello de los albores.
Estimado preludio, ¡ráptame y llévame contigo! Coloréame, bebe de mis minucias y fútiles pesadillas, aquellas que, resentidas, amenazan con aherrojarme en su silo de detritos. Esculpe mi rostro en el espejo de mi reflejo, y escapa conmigo a la más recóndita vastedad. Hazme tu rehén, y cincela mi libertad en mis fragmentados grilletes. Hazme tuya, promisorio sino. Hazme mía.
Te veo — me veo — en el fulgurante nimbo que surca el esbozo de tu sonrisa y que tímidamente se retrae en su burdo y turbado caparazón. Ignoro las confabulaciones que perfilan su ávida travesía en el piélago de tu mente, y, pese a esto, discierno hasta la más circunspecta incógnita que pueda disfrazarte con el ajado manto de la vulgaridad. Eres la sombra oscura que, sobre el blanco fondo de un vacuo y plomizo universo, expele un resplandor tan intenso, que sólo los más audaces osan recrearse en él. Te contemplo, entre fascinada y amedrantada, y tu mirada oscura se despereza y tizna de auroras su seno, cual firmamento previo al más bello de los albores.
Estimado preludio, ¡ráptame y llévame contigo! Coloréame, bebe de mis minucias y fútiles pesadillas, aquellas que, resentidas, amenazan con aherrojarme en su silo de detritos. Esculpe mi rostro en el espejo de mi reflejo, y escapa conmigo a la más recóndita vastedad. Hazme tu rehén, y cincela mi libertad en mis fragmentados grilletes. Hazme tuya, promisorio sino. Hazme mía.
Addah Monoceros.
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