Vivir sin sentir sería un sinsentido.

Vivir sin sentir sería un sinsentido.
The flower that blooms last is the most rare and beautiful of all.

Monday 1 August 2016

Hurto.

Me lo has robado todo, vida maldita, vida marchita. Trenzaste hurtos en mis ventrículos y los asfixiaste en su sangre jugosa, en el férreo sabor de una supervivencia fugaz. Me emponzoñaste poco a poco, Diablo ahíto de saña encarnizada, y ahí estaba yo, frágil y romántica, abiertos mis brazos para acogerte en mis latidos. ¡Qué cara sale la fe! Con qué descaro la arrancaste de entre mis dedos mientras cataratas de sal manaban de la inquieta celosía atezada de mis pestañas. Rasgaste mi piel con ácido y teñiste de escarlata mis promesas laceradas. Destruiste sueño tras sueño a embestidas, y en el llanto ajeno parecías sondear en busca de un argot afirmativo. Pero sólo respondió el silbido del céfiro que en los desiertos canta, y en las entrañas de mi soledad declamé un himno indestructible. Cáncer, cáncer de odio, cáncer que me usurpó después al amor de mi vida, ese que no marchó por su propio pie, sino que fue secuestrado y arrastrado a las profundidades de la nada. Se disipan los deseos y las vendas se calcinan. Desperezan en mis ojos los visos grises de un futuro desvaído. El pasado y el presente trazan sombras abusivas, y me embriagan y enamoran para disiparme con ellas, volátil y etérea como la propia existencia.

Y entonces tomo el pincel. Y abanico de color el ceniciento lienzo hasta que la sangre rezuma vida y mi epicentro reverbera con su luz parpadeante. Brillo. Grito. Lloro y vuelvo a llorar, hasta que todo plañido disfraza notas musicales de risa y esperanza. Y rebrotan las promesas. Rebrotan, como pétalos en flor, fulgurantes y hermosas cual ave fénix. Huelen a candiles perfumados y sueñan, sueñan alto y fuerte. La piel cicatriza y jura caricias almibaradas. Se inclina la cabeza ante la muerte y siembro con mis cenizas la mayor de mis vocaciones, que ahora surge en el desértico paraje con regusto a néctar maduro. Sobre el blanco de mis miedos revolotea una cigüeña. ¿Qué propala? me pregunto, pues veintiuna son las semillas, veintiuna y ni una más. 

Y es en ese instante cuando todo cobra sentido y la apuesta alcanza envergaduras hercúleas. Me lo robaste todo, vida maldita, más en duelo me batiré en tus ocasos, una última batalla, una en la que eterno será el retorno, e inminente la victoria. 

Veintiuna, canta la cigüeña. Veintiuna y ni una más. 


Addah Monoceros.

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