Vivir sin sentir sería un sinsentido.

Vivir sin sentir sería un sinsentido.
The flower that blooms last is the most rare and beautiful of all.

Monday 3 August 2015

Onkos.

Cáncer. Del griego karkinos (cangrejo), latín (cancer) y sánscrito (karkah). Cangrejo, crustáceo duro (tal y como sugiere etimológicamente su raíz indoeuropea, «kar—»). Férreo y aparentemente imperecedero, describiendo una senda en continuo retroceso hacia un destino indefectiblemente agónico. Sea cual sea su aspecto, el cáncer traza un requiem fatal cuya execración conforma una condena a muerte para cientos de inocentes. Día tras día, semana tras semana, año tras año. Van cayendo, uno a uno, lenta y casi parsimoniosamente, y quienes permanecen en pie se ven penados a un futuro tan quebradizo e incierto, que no hay escudo capaz de refrenar el miedo a los fantasmas pasados. 

Mas sin embargo, y pese a esto, de lo que parece un vil anatema surge una chispa, un fogonazo de luz del que brotan múltiples emociones, ideas, esbozos cargados de ilusión y fortaleza. ¡Qué tangible se hace la fe, cuando son los ojos de un niño los que la propulsan con su temple! ¡Qué singular paradoja la que concibe la confianza más ciega, esa que ve más que ninguna! Pues, como médico prácticamente neonato, soy sabedora de cuan robustos pueden mostrarse los vínculos de la ternura, los instintos altruistas, esos pasos balbucientes pero seguros, aquellos que nos conducen al abrazo agradecido del superviviente y a las lágrimas por quien se rezagó en la oscuridad. 

Y hay quien alega que por qué yo, que de nada sirve inmiscuirme en una guerra que no es la mía. Que la vida alberga mucho más, y que nuestra existencia está para disfrutarla. Que mi linaje viene maldito por un hado ineludible del que muchos han sido víctimas ya, y bajo el cual otros agonizan. Y, ¿cómo voy a rebatirlo? Pues evidente es que los seres humanos pugnamos por aquello que nos hace felices, frecuentemente a expensas de una ignorancia deliberada y casi cobarde. Aun así, desdeñan un matiz: no todos optamos por los atajos más sencillos. ¿Qué sentido hay en ser médico, si no se pone en práctica su ley más cardinal? No es sólo curar. No es sólo el resultado directo (o indirecto), ese que se palpa, se percute, se ausculta, se siente. No es sólo la ufana (y a veces engreída) satisfacción personal. Es la medicina como forma de vida. La filosofía de que consagrar nuestro trabajo al servicio del bien ajeno no supone un deber, sino una inclinación a la que nos entregamos gozosos. Más que médico, soy luchadora. Luchadora, como lo son (y serán) mis pacientes. Luchadora, como los que vencen y como los que caen. Pues uno es médico cuando comprende que la batalla contra una enfermedad no sólo la confrontan los enfermos. 

Addah Monoceros.

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