Vivir sin sentir sería un sinsentido.

Vivir sin sentir sería un sinsentido.
The flower that blooms last is the most rare and beautiful of all.

Sunday 24 August 2014

Ophelia.

El albor despuntaba con un toque de distinción casi aristocrático, vanagloriándose con el oro de los primeros rayos del sol. Aquel temprano fulgor matutino se fundió en un entramado de esencias tan particulares, que un tímido paso sobre la arena poseía el don de evocar los recuerdos más retraídos de mi memoria, aquellos que sólo germinan fortuitamente.

Avancé con ingenuo recelo, fingiéndome intrusa en aquel Edén marinero que me daba la bienvenida como si de una extraña me tratase. La arena nacarada parecía sonrojarse conforme mis pies me conducían a la azul alfombra almibarada, cual lecho cristalino. Las burbujeantes olas batallaban en forma de un suave vaivén, y una sutil brisa mesó mis cabellos, antaño oscuros, hoy blancos como la muerte.

¡Qué jocosa, la vida! La vida, aquella entidad tan precoz y a la vez tan efímera, como un fugaz viaje a las entrañas de un desconocido y lacerante recreo. La vida, encarnada en una mujer ataviada de reminiscencias, aquella a quienes todos miran pero pocos ven, aquella cuyos latidos, en armonioso compás, se precipitaban ya a su doble barra final.

Me dejé caer entre sus brazos de plata, y mi piel se fragmentó cual quebradiza figurilla de cristal. Reservé mi último suspiro para exhalar tu nombre, poesía entre las poesías, mi razón de ser. Mis ojos buscaron aquel punto en mi memoria donde todo cobra sentido, donde la luz es luz, y las sombras no son más que una vaga admonición de la caduca naturaleza del amor.

El albor despuntó aristocráticamente, vanagloriándose con el oro de los precoces rayos de un sol naciente. La arena nacarada adoptaba matices térreos conforme aumentaba su proximidad al mar. Y ahí, acunada entre sus batallantes olas, en medio de un suave vaivén, la princesa yacía, plácidamente exánime, en brazos del príncipe quien incumplió la promesa de regresar. El príncipe que atavió de reminiscencias a una mujer de cabellos antaño oscuros y hoy blancos como la muerte.

Una mujer cuyos latidos, en armonioso compás, habían llegado ya a su doble barra final.

Addah Monoceros.

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