Vivir sin sentir sería un sinsentido.

Vivir sin sentir sería un sinsentido.
The flower that blooms last is the most rare and beautiful of all.

Thursday 5 March 2015

El pensamiento (cuento infantil).

Nota de la autora: soy consciente de que no cubro el mismo registro que en publicaciones pasadas, y que este microrrelato constituye algo puntual. No obstante, hacía años, más de una década, que no escribía un cuento, y ha sido una persona muy querida la que me ha encomendado este favor. Va dedicado a unos niños muy especiales, y sólo por eso he creído pertinente publicarlo. No es mi mejor trabajo, pero sí sencillo y espontáneo —una buena forma de resucitar mi vocación de embaucar a niños con historias de mi invención.
¿Sabe alguien de qué están hechos los sueños? ¿Acaso son una vana travesura con la que nuestra mente se divierte? ¿O hay algo más? Hay quien ha llegado a comentar que constituyen un hechizo, el epicentro de nuestra magia más salvaje, aquella en la que sólo creen los niños. Y, sin embargo, ¿no es esta la magia más pura de todas?

Hace veinte, tal vez treinta años, mis padres y yo nos trasladamos a una ciudad plomiza y gris, donde sólo había cemento y el cielo parecía llorar todo el tiempo. Nuestra casa era grande y fría, con un jardín de suelo yerto y pedregoso, sin flores ni rincones donde poder jugar. Y, naturalmente, yo me sentía muy triste, tanto como el cielo encapotado desde el cual los enormes nubarrones derramaban plateadas gotas de lluvia.

No obstante, la primera noche, cuando mis padres dormían y sólo podía escucharse la melodía del silencio, desperté sobresaltado para descubrir a una niña arrebujada a los pies de mi cama. Era una niña pálida, de pelo negro tinta y unos ojos tan oscuros, que parecían puertas a otros mundos. Me contempló lánguidamente, y pude advertir cómo jugaba tímidamente con una florecilla de pétalos azules que parecían tener cara, pues en ellos se dibujaban unos ojos y una mueca enfurruñada.

—¿Quién eres, y qué haces en mi habitación a estas horas de la noche?—Le pregunté. 
—Oh, siento haberme entrometido.—Respondió ella, y su voz repicó en el silencio como una campanilla.—Soy un hada, y paso por esta ciudad de vez en cuando.

La miré con recelo. Ella sostuvo la mirada, y casi pude percibir un halo de luz a su alrededor y unas frágiles alitas a su espalda.

—Vengo a los lugares grises para devolverles el color.—Prosiguió ella.—¿Acaso no te has fijado en los adultos? No son más que niños que, tiempo atrás, tuvieron demasiada prisa por crecer. Pero ahora están aterrados, porque la vida se les escapa de las manos. Pues ellos, cobardes, se avergüenzan de haber sido niños, se despojaron de su niñez como si de una enfermedad se tratase... y ahora temen envejecer.
—¿Y qué pretendes tú?—Inquirí yo.—¿Ayudarme a no envejecer? 
—¡Ah, no, eso nunca!—Replicó ella.—No. Quiero que crezcas, y que envejezcas. Pero sin olvidar al niño que siempre fuiste y siempre serás. La niñez nos hace creer, nos ayuda a sorprendernos, nos brinda curiosidad, y nos hace felices. Mientras custodies a tu niño interior, nunca estarás solo, pues siempre me tendrás contigo.

Me sentía tan estupefacto, que sólo pude señalar la flor que el hada sostenía entre los dedos. 
—¿Qué es esa flor?—Quise saber.—Parece que tenga cara. 
—Es una flor muy especial — Explicó la ninfa — porque se llama "pensamiento", como el lugar donde nacemos las hadas y todas las ideas en general. Este pensamiento tendrá cara siempre y cuando tú puedas verla.

A la mañana siguiente, desperté desconcertado y algo mustio. Recordé al hada de la noche anterior, y me reí irónicamente. ¡Menudo sueño el mío! ¡Qué fantasía más estúpida!

No obstante, cuando salí al jardín, aquel de suelo yerto y pedregoso, me detuve un segundo. Pues, en un rincón especialmente oculto, se erigía, con la suntuosidad de una reina, una florecilla de pétalos azules. Pétalos que parecían tener cara. Pétalos en los que se podían vislumbrar unos ojos y una mueca enfurruñada.

Los pétalos de un pensamiento.
Addah Monoceros.

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